Un feliz y otoñal día llegué a casa con la intención de saquear todo el chocolate que hubiera en la nevera. Pero me encontré con esto:
- Persona-con-la-que-vivo, pregunté, ¿ cuándo nos hemos mudado al plató de Callejeros? En ese momento, noté como una enorme avalancha de polvo y cemento se colaba por mi garganta, abriéndose paso hasta mis vías respiratorias. -¡No contestes!, grité. ¡Con que uno de los dos muera es suficiente! ¡Nuestros roedores necesitan al menos una figura paterna! Me fui a domir con la esperanza de que al abrir los ojos la mañana siguiente, todo hubiese sido una pesadilla. Así que cuando sonó el despertador, fui a la cocina para prepararme un café bien calentito. Y vi esto: (Que alguien me explique cómo se puede hacer un café aquí, por favor...)
A partir de ese momento, entré en contacto con una raza humana muy superior al resto, a la que hasta entonces no había tenido ocasión de conocer tan a fondo: los obreros.
Los obreros tienen fama de que si te dicen que van a venir a las nueve, no aparecen hasta las once. Los míos no. Los míos decían que vendrían a las nueve, pero a las ocho ya los tenía en casa. Creo que nunca he llegado tan pronto a trabajar como durante la reforma de la cocina. Cualquier cosa menos que me pillaran con mi pijama de Alicia en el país de las maravillas, ¿así como iban a respetarme?
Los obreros tienen fama de respetar las fiestas de guardar. Los míos no. Los míos vinieron a currar como campeones el 12 de octubre.
-Pero... ¿y si protestan los vecinos?, preguntamos. -Que se jodan, respondieron con contudencia. Con argumentos así, cualquier negociación está perdida.
Así que persona-con-la-que-vivo y yo tuvimos que deambular por Madrid desde bien temprano, ducharnos en casa de sus padres, y volver con una única esperanza: tener cocina. Pero cuando volvimos, vimos esto:
-¡Pero qué horror! ¿Tú has visto cómo tiene esta gente los pantalones? ¡Podrían caminar solos hasta la lavadora! En el caso de que tuviéramos una, claro... Los días fueron pasando entre suciedad y comidas precocinadas, todo muy sano. Hasta que de repente... -¡Oh, Dios mío! ¡Ya ha llegado el mundo! ¡Es chica y está muy sana! ¡Cómo se parece a su madre! Ups, lo siento. Tanto cemento cortó alguna de mis conexiones cerebrales... ¡pero cualquiera llama a un obrero para que me la arregle! |
Tuviste suerte con tus obreros los míos había que llamar constantemente. Aún me pregunto lo que salió más caro, si la obra de la cocina o la factura del móvil ( que estos no te dan el fijo).
Te quedó preciosa!
Besitos