Queridos lectores:
Después de tanto tiempo sin escribir, me he metido en Google Analytics y me ha sorprendido la cantidad de visitas que este blog sigue teniendo. ¡Gracias!
Así que me he regañado a mí misma: ¡Que sea la última vez que pasas tanto tiempo sin escribir!, y después he hecho lo mismo que hacía mi madre cada vez que me reñía: comprarme un Bollycao.
(¿Qué pasa? A cada uno se le curan los disgustos como quiere)
No, espera, creo que voy a profundizar más en esta historia: mi adicción al chocolate es algo que provocó mi madre en mi cerebro a la temprana edad de dos años. Desde ese momento y hasta bien entrada la adolescencia, había una frase que mi madre me repetía constantemente:
-Nooooo, no se te nota el bigoteee...
Ay, no, era la otra:
-Si dejas de llorar te compro un Bollycao.
(Había veces que me costaba mucho dejar de llorar, como cuando murió mi conejito Jenny, y entonces me compraba más de uno. Jijijiji)
El caso es que para quemar las decenas de Bollycaos que he consumido tras cada llanto, voy al gimnasio, como ya sabéis. En el gimnasio vivo situaciones muy surrealistas, del tipo...
1. Las señoras mayores me cuentan cosas que no me importan y prefiero no oír porque soy una chica muy sensible:
-Anoche tenía tantas agujetas que no pude ni cagar.
-No veas cómo tengo "las que sufro en silencio".
-... y entonces vino el del gas, y me dijo... no, y le dije yo a él.. y es que todo esto empezó cuando fui a donde mi hermana, que la mujer tenía un horno de cuando se casó con mi cuñado... que luego se separaron porque él era un sinvergüenza... ¿tú sabes lo que le hacía? ¿No lo sabes? Ahora verás...
2. Los señores (mayores y no tanto) me regalan vinos y bombones.
A mí los vinos y los bombones me encantan y me parecen un regalo chachi-piruli-súper-genial, peero... creo que así no consigo quemar del todo los Bollycaos de la infancia, no sé.
Mis padres, mis amigos, y mi persona-con-la-que-vivo, no terminan de entender mucho esto de los regalos. Pero yo siempre digo:
-¡Pues bien que te lo estás comiendo/bebiendo! (porque yo siempre comparto mis regalos)
3. El monitor de Pilates sigue desatando pasiones.
Después de cada clase, siempre hay una señora que necesita que "le estiren un brazo", "le crujan la cadera" o "le den un repaso... de la teoría del Pilates" (sí, ya, ya sabemos todas a qué repaso se refiere usted, señora).
En junio el profe quiere hacernos un análisis postural y... ninguna sabemos lo que es, pero me juego lo que queráis a que las señoras ya han pedido hora en la peluquería. Y se han depilado las ingles. Por si acaso...
4. A veces tomamos un vermut con saladitos.
Allí mismo, al lado de las máquinas y de la gente que está entrenando duramente. Cuando voy por la tercera copa, yo siempre digo:
-Goooo, go me pongas mágs gue tengo glaseeeee...
Pero no me hacen ni caso. Solamente dicen:
-¿Para qué vas a ir a clase?
Y yo pienso:
-Hostia, pues es verdad.
Y tampoco puedo quejarme de esta costumbre de comer después del ejercicio, porque creo que la instauré yo el día que llevé pasteles por mi cumpleaños.
Cambiando de tema...
También viví tres semanas con un saltamones al que le faltaba una pata y al que llegué a querer y a alimentar, compré una camiseta con un preservativo dibujado POR ERROR (¡creí que era un cazafantasmas!), me granizó como si no hubiera mañana en un monte perdido de Soria, y hasta le gasté a mi hermana la pequeña bromilla de que nuestra perra había muerto (¡en serio! ¡Le enseñé el supuesto tarro-falso-de-cenizas por Skype! Mi padre me miraba, miraba a mi madre y telepáticamente le preguntaba: "¿Qué hemos hecho mal?). En fin, este tipo de historias, pero seguro que no os interesan tanto. Además, tenemos tiempo para ponernos al día ;-)
Sobre mi ausencia, lo único que puedo decir es...
"Lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir".
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ooh! que alegria verte por aki!!!
me tienes que decir a que gimnasio vas tú, el mio no es tan divertido!
y lo de las cenizas del pero... que bueno jaja